La teoría de la mente en los niños



La teoría de la mente es uno de los temas básicos que se estudian en la carrera de psicología, pero luego (sorprendentemente) no se aplican en la clínica infantil.

La teoría de la mente afirma que en los primeros años de vida, por lo menos hasta los tres años (como sabemos, las etapas del desarrollo no son rígidas y pueden darse ligeras variaciones a lo bajo o a lo alto), el niño no posee la capacidad de meterse en la piel del otro. No puede, concretamente, imaginar lo que piensa el otro, ponerse en su lugar; por lo tanto no puede fingir, mentir, hacer trabas para conseguir algo que quiere y que no se le está dando. En una  palabra, no puede “hacerse el listillo”. Capacidad que por otra parte tiene el niño más grande y que es adaptativa: imagino que la profesora quiere oír que ayer comí verdura, pues se lo digo aunque nunca coma verdura, así me dará un premio; ahora fingiré llorar porque así la mamá me escuchará, etc. etc.

Es un dato incontrovertible a nivel científico; con alguna variación, es cierto, porque se puede dar el caso de niños que consigan la teoría de la mente antes de los tres años, pero es indudable que el bebé no posee teoría de la mente. ¿Por qué? Por un tema neurológico, porque aún no ha desarrollado suficientemente su córtex, que es la estructura cerebral que permite el desarrollo de la capacidad de ponerse en la piel de otro. 

Como la ciencia nos enseña, nuestro cerebro es triple: la capa más interna y más antigua a nivel filogenético es la reptiliana que, a su vez, está envuelta por el sistema límbico, mientras que la capa más exterior (más reciente a nivel de desarrollo de especie) es el neocortex o corteza cerebral. El cerebro reptiliano atañe a las reacciones instintivas, el sistema límbico a las reacciones emocionales y el neocortex al razonamiento.

¿Cómo se aplica todo esto al bebé? Pues pensemos que el bebé, que aún tiene un desarrollo cerebral tan limitado, es puro instinto. Nuestra especie es la que, de todas, nace con la necesidad de dependencia más alta. Muchos animales a las pocas horas de nacer se ponen de pie, a las pocas semanas pasan a una alimentación sólida, a los pocos años se despegan de la madre y viven de manera independiente. La cría humana nace totalmente inmadura y necesita muchos años para poder llevar una vida autónoma sin el cuidado de un adulto.

El bebé humano nace con una cabeza muy pequeña frente a otras especies, con huesos moldeables para permitir el pasaje por el canal de parto y un crecimiento rapidísimo y asombroso durante el primer año de vida. Crecimiento que solo permitirá el desarrollo cerebral que no tiene al nacer y que lo hace incapaz de desplazarse solo hasta más o menos el año de vida.

Naturalmente, la naturaleza no se equivoca. Estas características del cerebro humano se deben a que, en el pasaje a la estación erecta, se dio un cambio a nivel de pelvis, huesos, tejidos que hubiera hecho imposible un parto sin reducir el volumen de la cabeza, por lo tanto de las conexiones neuronales al nacer. Pero también consideremos que la raza humana, entre todos los demás mamíferos, es la única que posee el lenguaje y la función de la conciencia del Yo, capacidades que requieren un desarrollo cerebral cualitativo y cuantitativo que no posee ninguna otra especie. 

Frente a estos datos, parece entonces muy raro escuchar recomendaciones como: “No cojas en brazo a tu bebé, porque así lo vas a malacostumbrar”. “Es que si cada vez que chilla lo coges, ¡él aprenderá el truco y lo hará más y más!”. Estas son interpretaciones de dinámicas conductistas inaplicables a bebé hasta los tres años y, por supuesto, en absoluto a bebés en el primer año de vida, por la simple razón que un bebé no puede aprender mecanismos tan complejos de estímulo-respuesta y encima ponerse en la piel del otro e imaginar cómo va a reaccionar, porque no tiene el desarrollo cerebral apto para esto. Ni el bebé puede “mentir”, por la misma razón, porque la mentira requiere haber desarrollado una teoría de la mente.

Así es como carecen de sentido todas las recomendaciones conductistas de crianza relacionadas a ciertos métodos de adiestramiento al sueño, por citar sólo algunas.

El bebé es puro instinto, chilla porque tiene hambre, o porque siente dolor, y sólo con el mayor desarrollo cerebral tras unos años puede aprender a relacionar su estímulo con una respuesta.

Si creemos que el bebé de tres meses está MINTIENDO y está llorando para molestar a la madre, pues le estamos atribuyendo capacidades que puede tener sólo un niño de, al menos, cinco años.

El bebé siente algo, usa su instinto y las herramientas de que es capaz (el llanto, básicamente) y lanza una demanda al ambiente. Si el ambiente no acudiera, él tarde o temprano se moriría. Si llegara un animal feroz y la madre no estuviera atenta a la cría, podría ser devorado, ya que no es capaz de huir.

Sorprendentemente, los que más estudian la teoría de la mente no son los psicólogos, sino los veterinarios, como demuestra este interesantísimo 
blog.

Como psicólogos, creo que es indispensable rescatar la idea de estudiar la fisiología de nuestra especie, prescindiendo de filosofías y modas pedagógicas, porque tenemos una gran responsabilidad cuando nos llaman a intervenir en temas de desarrollo humano. Una disciplina tan abocada a la ciencia como proclama ser la psicología no conoce la fisiología del desarrollo de su objeto de estudio, que brilla por su ausencia en las academias y en muchas consultas clínicas.

Bibliografía

MacLean, P. (1978). Education and the brain. Chicago: Chicago Press.

MacLean, P. (1990). The triune brain evolution. New York: Plenum Press.

Premack, D. (1990). The infant's theory of self-propelled objects. Cognition, 36, 1-16.

Premack, D. G., y Woodruff, G. (1978). Does the Chimpanzee Have a Theory of Mind? Behavioral and Brain Sciences, 1, 515-526. 

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