¿El dolor inevitable?


Hacía tiempo que me hubiera gustado escribir algo sobre el tema de la menstruación, gratamente sorprendida porque por primera vez en la historia veo que se escribe mucho, y muchas cosas inteligentes. Sin embargo no me sentía preparada: no soy una ginecóloga, no he hecho recorridos específicos sobre el tema y creo estar todavía lejos de vivirlo con serenidad. Aun así, en estos días leer unos comentarios de mujeres muy jóvenes quejándose y diciendo: “Ojalá llegue pronto la menopausia” me ha dolido.

Me duele en general la ambición a alcanzar un futuro supuestamente “más feliz”… Ya sabemos cómo va la historia, que primero queremos un trabajo y luego “ojalá me jubile”, queremos un hijo y luego “ojalá tenga pronto 18 años”, y así siguiendo.

 

Desde mi humilde posición de mujer y de terapeuta de mujeres, creo que si no vivimos bien la menstruación, tampoco viviremos bien la menopausia, a no ser que maduremos, mientras tanto, un recorrido personal sobre nuestra propia feminidad y sexualidad.

 

Desafortunadamente, hasta por lo menos hoy, nos enseñaron que todo lo que tiene que ver con la sexualidad de la mujer es un castigo odioso y un palo. La menstruación debe doler y fastidiar, el parto debe doler muchísimo, la lactancia es una esclavitud y la menopausia conlleva un sinfín de síntomas desagradables. Parece que la mujer entonces nunca esté bien y que tenga la condición natural de “eterna paciente”. Y así efectivamente acaba siendo, ya que nos medican desde la adolescencia hasta la vejez: primero porque la regla nos duele o porque es irregular; en el parto nos anestesian porque no lo podríamos aguantar; para dar el pecho hay que comprar una crema porque si no duele; y en la menopausia, medicación por los sofocos y demás. Cuanto menos esta situación debería chirriarnos: que la naturaleza haya creado un ser tan imperfecto… y las demás mamíferas (las monas y demás) no se medican…. Primera duda.

 

Me gustaría decir que yo también hace años me retorcía por el dolor y me desmayaba por la regla, entonces mi médico prontamente me ofreció la solución: el SYNFLEX, un potente antidolorífico que hasta debía tomar de manera preventiva y erradicaba mágicamente todo síntoma. Cuando estudiaba en la universidad, tuve la suerte de conocer a Paola, una mujer madura que estaba en mi curso, que hubiera podido ser mi madre, una madre joven pero siempre una madre. Ella me dijo: “¿No crees que podrías hacer algo para no acabar dependiendo de un fármaco? Mucho dolor es debido a la tensión, prueba con una infusión de caléndula”.

Naturalmente me enfadé, me rebelé, no le hice caso, ¿qué quería saber ella más que mi médico? A mí me iba genial así, suprimir un problema con una pastilla, hala, y luego a hacer todo el resto como siempre.

Veinte años después, finalmente, llegué a entender algo de lo que mi amiga quería decir, a lo mejor de manera demasiado brusca y prescriptiva, pero la verdad es que tenía razón. Mientras tanto me había interrogado sobre la misteriosa desaparición de los síntomas menstruales (y del Synflex), sobre la manera de vivir la sexualidad en sentido amplio (sexualidad es abrazo, parto, lactancia, relación, diálogo, toque… muchas cosas más de lo limitado que muchas veces pensamos), sobre la feminidad. Había participado en grupos de mujeres, había entendido que la regla es mucho más que “un rollo a esperar que se acabe pronto y nos deje libres”. Libres de qué, ¿de encontrar pronto otra razón para quejarnos de algún que otro síntoma?

 

Yo no tengo respuesta estándar, ni domino el tema, aunque por la red ya se encuentren muchas propuestas: por ejemplo, recuperar símbolicamente, con nuestras hijas, el ritual de paso que ancestralmente constituía la primera menstruación; conectar con nuestro cuerpo y sus ciclos, conocerlos, aprender a sentir cómo estamos en cada fase del mes… Respetar lo que nos pide el cuerpo… Sospecho que el dolor y el desmayo sean también una manera de “desconectar” extrema, algo como “no me escuchas, ahora te apago yo”. Tal vez, aprovechar de la posibilidad de una conexión: probar a aceptar que no somos hombres “mal salidos” sino otro sexo con sus especificidades que, por alguna cosa, serán…

 

Yo creo que ya hacerse preguntas y tomar conciencia es la clave de un cambio, porque pensar “es así y debo aguantar enfadado/a” ya nos sale gratis y bien en un sinfín de aspectos de nuestra vida. Y tal vez dejarse tentar por aquella clase de yoga o de meditación o por aquel grupo terapéutico, porque no podemos perder más de lo que ya hemos perdido y estamos perdiendo, viviendo acechados/as por síntomas y dolencias. Vivimos (muchos) tan agobiados/as por estos síntomas que, de veras, es una pena dar por sentado que el ser humano sea tan imperfecto y tan infeliz, que no pueda vivir sin un sinfín de principios activos y tratamientos químicos caros y desagradables.

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